¿Por qué un sistema?

¿Y por qué no? El terror que genera oir la palabra sistema es producto de las asociaciones de la mente. Mi sistema no trata de números ni mediciones ni encuestas. Lo mismo que hay sistemas en la física o en las matemáticas o sistemas que tratan de explicar el mundo o la vida misma, todos tienen en comun que explican el orden de las cosas en un cierto momento. Un sistema consiste en el orden: qué va primero y qué va después. Y este orden tiene que explicar ideas complejas a partir de elementos simples. Eso es todo.

Para explicar, por ejemplo, un concepto complejo como es el carácter en arquitectura es preciso tener claro que es el espacio, qué es el uso y cómo el individuo realiza asociaciones entre ambos. Esto es a primera vista sencillo, sin embargo, cada elemento simple está a su vez, dentro de un sistema, debidamente soportado con evidencias, ubicado y relacionado correctamente con otros elementos. En el orden interviene la objetividad, de lo contrario, al aparecer la subjetividad el sistema se desvirtúa y el proceso se colapsa.

Aunque lo anterior pueda parecer una lección de Teoría de la Arquitectura, lo cierto es que para poder hablar de un sistema hay que cuestionar lo aprendido, para tener la certeza de que lo sabido tiene la solidez necesaria para construir conceptos más complejos a partir de lo simple. Por tal razón, el aprendizaje en las aulas es imposible de sustituir. Lo que el sistema hace es apoyarse en ese aprendizaje para ayudar a ver un todo en que se relacionan lo aprendido con las vivencias personales a fín de lograr la comprensión, reemplazando la simple acumulación de conocimientos.

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